Cuello redondo, manga corta, patrón recto. El tejido, algodón. La prenda más sencilla posible. Tan sencilla es que durante décadas la camiseta blanca ha servido como un lienzo sobre el que proyectar aspiraciones. Ya lo dijo Vanity Fair, su elección denota un cierto desapego: es un “mirad, yo paso de la moda”. Todo mentira, claro. Con una camiseta blanca hemos construido nuestro imaginario actual: un tipo de masculindad (Marlon Brando), rebeldía (James Dean), feminidad (Pam Grier), desidia (que Kurt Cobain hizo tan atractiva), sex-appeal (Beverly Hills, 90210, Don Johnson aka James “Sonny” Crockett, Danny Zuko, Brad Pitt en El club de la lucha). Su sencillez, después de todo, deja espacio para la autoinvención, la raíz del sueño americano.
En Europa su uso era puramente funcional hasta que el minimalismo de los noventa -Margiela, Helmut Lang, Armani- la aupó a prenda de culto”. Había nacido la camiseta de autor: sin nada que la identificara a simple vista y con un precio de tres cifras. En 1991 Karl Lagerfeld la combinó con las míticas chaquetas de tweed de Chanel, y ahí explotó todo. Hoy los milenials han hecho de esta prenda un símbolo de su generación: en 2013 agotaron en pocos días la que diseñó Kanye West para APC (nada la diferenciaba de cualquier otra, salvo su precio de 120 dólares), en los últimos años los logos más peregrinos (el de Ikea, el de DHL –ya se sabe, cosas de esa ironía posmoderna de la moda actual–) se venden con precios impresionantes y hoy mismo celebridades como Victoria Beckham o Gwyneth Paltrow hablan sobre la búsqueda de la camiseta perfecta (la de Paltrow, en su última lista de compras en Goop), confirmando que la camiseta blanca es más que una simple prenda. Es un concepto.
Por eso, por lo que simboliza, ahora mismo se están vendiendo camisetas blancas en Zara y en Balenciaga. De cinco euros y de más de 600. Y ni son la misma prenda ni dicen lo mismo de quien la lleva.
¿Es caro… o es justo? Cuánto pagar
Gastar mucho en algo tan básico es un acto de identificación absoluta con la marca que lo diseña. Estética aparte, sus valores, lo que representa, su manera de hacer las cosas y de ver el mundo quedan impregnados en ese logo, sea más o menos visible. Lo que no resulta tan fácil es saber qué hay detrás de un precio: ¿Es caro porque es bueno o porque es exclusivo?, ¿es caro sinónimo de justo…. y mejor? ¿es lo barato necesariamente injusto? ¿Qué precio asegura que las cosas se estén haciendo bien?
“Si bien la palabra ‘caro’ es subjetiva, el precio de la tela, el hilo, la fabricación de patrones, la maquinaria y los demás gastos no lo son. El coste del trabajo humano tampoco debería ser negociable, pero muchas veces son las personas las que se sacrifican por el margen de beneficio. Menos del 2% de los trabajadores de la confección a nivel mundial ganan un salario digno. Cuando compramos un vestido de cinco euros en una marca de moda rápida, no es barato por arte de magia, es barato porque alguien está pagando un precio”, publicaba recientemente Lauren Bravo en The Independent. De ahí que, sí, una camiseta sostenible con el medio ambiente y respetuosa con quienes trabajan para confeccionarla (salarios dignos y condiciones de trabajo adecuadas) siempre resultará necesariamente más cara.
Sin embargo, como señalan cada vez más voces, es curioso que nos llame la atención el precio de una camiseta cuando es desorbitado hacia arriba y no cuando es irrisorio hacia abajo. Si tenemos en cuenta lo que cuesta producir una camiseta blanca, tan escandaloso debería sonarnos el dineral de una firmada por Loro Piana con una etiqueta de 810€ (se vende en MyTheresa y, en su defensa, diremos que lleva un 55% de seda) como los 2,99€ que marcan en C&A (en una prenda de algodón orgánico certificado). En un reciente artículo publicado en The Telegraph la periodista Lisa Armstrong se preguntaba cuál es la diferencia entre una buena relación calidad-precio y una ganga por la que otra persona paga el precio.
El tema, según ella, no es que haya una minoría dispuesta a pagar un potosí por una camiseta (si la marca está pagando adecuadamente a sus trabajadores y respetando los estándares ecológicos globales, ¿dónde está el problema?), sino la falta de transparencia. Cuando en un precio uno duda dónde empieza el marketing y dónde acaba la calidad/ética, la confianza se rompe.
El pasado verano Natalie Kay de Sustainably Chic, publicó un post en Instagram con una reflexión: si quieres que una prenda sea sostenible, no puedes pretender que sea baratísima. La foto encendió un debate que le llevó a investigar cuánto cuesta realmente producir una camiseta blanca de manera justa. Y encontró la respuesta en The Good Tee, una marca de camisetas y básicos de algodón orgánico de comercio justo nacida a comienzos de 2020 cuya misión es convertirse en un “ejemplo positivo de ropa hecha de manera responsable”. Sin contar costes comerciales como salarios, diseño o marketing, el precio queda en 9,22 dólares, la mayor parte de los cuales se los lleva la fábrica de producción que corta, cose, estampa y etiqueta. “Ahora, después de ver que se necesitan casi 10 dólares para hacer una camiseta de comercio justo, ¿cómo pueden marcas crear camisetas (con materiales parcialmente orgánicos) por la mitad del precio, sin siquiera agregar el resto de los gastos comerciales en el margen?” se preguntaba. The Good Tee establece un precio final justo a partir de los 29 dólares.
https://www.instagram.com/p/CCvuwNEHh-P/
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Sin embargo, estamos tan expuestos y tan acostumbrados a ver precios bajos (más fáciles de asumir) que cualquier cifra por encima de los 30€ suena elevada. Una encuesta reciente de Cosmopolitan UK revela que dos tercios de los encuestados no compran en marcas de moda sostenibles y de los que no lo hacen, el 80% dijo que las marcas sostenibles eran "demasiado caras". Y es esta percepción de lo justo como caro es lo que ha llevado a algunas marcas, en su mayoría pequeñas empresas, a detallar en sus recibos cuánto les cuesta producir una prenda. La firma francesa Maison Cléo, de ropa de seda hecha a mano por encargo, tomó la decisión de publicar los costes de fabricación de sus prendas: “Tela, 13€; mano de obra (2 horas y media), 37,50€; coste por fotografiar la prenda, 8€; luchar contra la moda rápida, 0€”. No es la única en poner los cimientos de un etiquetado más detallado y transparente. La británica Olivia Rose The Label también da explicación sobre sus precios y la española Zubi, de bolsos, hizo lo mismo hace un par de meses en Instagram con un claro mensaje: “No soy cara, soy justa”. Independientemente de que la alternativa al lowcost no sea asumible para muchos, la clave aquí es que, además, nos hace falta un cambio en la manera de enfocar nuestras compras y adoptar hábitos más sostenibles. Ya se sabe: menos y mejor.
https://www.instagram.com/p/CCBaOK5Ae-W/
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Ojalá en un futuro no muy lejano comprar ropa sea algo parecido a comprar comida: si la etiqueta de un yogur nos dice cuántas calorías, cuánta grasa y cuánto azúcar contiene, ¿no estaría bien también saber la huella de carbono, la procedencia del algodón o la mano de obra de una camiseta?
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