No debe de ser fácil tomar la decisión de cerrar tu primer proyecto propio. La diseñadora Carmen March (Palma de Mallorca, 1974) lo hizo en 2010, seis años después de lanzarlo, a pesar de que con él había logrado asentarse dentro y fuera de nuestras fronteras. Una determinación que los años en el ruedo le han enseñado a valorar: «Me costó llegar a este punto, pero ahora te digo que es la mejor decisión que he tomado nunca», concede desde su taller madrileño.
«Es mentira eso de que si paras ya no puedes volver. A mí me dio mucha perspectiva, aprendí a relativizar, a saber que, aunque me encante mi trabajo y lo haga con verdadera pasión, no deja de ser un oficio. Es importante ser consciente de que a veces te viene una ola buena, pero no es exactamente la ola que quieres. Yo quería encontrar la forma de tener una empresa en la que mi equipo pudiera disfrutar de su vida personal y este modelo es el que me encaja a mí». Habla de su marca actual, una con el mismo nombre (el suyo, claro), lanzada en 2016 tras algunos años de parón y otros tres cambiando radicalmente de experiencia como directora creativa de Pedro del Hierro, un buque más grande y complejo, un giro a lo que había hecho hasta ese momento: «Fue una experiencia fantástica. Aprendí a trabajar con ese nivel de músculo, con equipos enormes y una gestión descomunal», sentencia.
Ahora vive su mejor etapa, con un Carmen March que produce dos temporadas al año, que se vende de Nueva York hasta el Líbano y que visten Kendall Jenner, Katy Perry y Beyoncé. Esta última, compra varias prendas cada temporada. Y todo con un equipo de 13 personas al que menciona todas las veces que le es posible en esta conversación: «Son maravillosos. Tienes que rodearte de gente que sabe más que tú y aprender todos los días porque, si no, mal vas. Hay que trabajar mucho, aprender, ser consciente de tus límites y juntarte con profesionales buenísimos», remata, añadiendo a las claves del éxito de su emprendimiento el tener una buena planificación.
De momento, ha cumplido los objetivos que se puso en esta segunda etapa: «Hacer una marca española con raíces de aquí en la que pudiera explorar la feminidad contemporánea», dice, habiendo asentado también un tipo de clienta ideal: esa que sabe de moda, que busca diferenciarse y «salirse de la parte ‘mala’ de la globalización», y que valora tanto como ella la calidad de una pieza bien hecha. Los tejidos, de hecho, son su gran debilidad y un pilar esencial de la marca: «Me inspira mucho la materia prima, si se pega o no al cuerpo, la caída, explorar hasta dónde puedes llevarlo. Es la parte más divertida de mi trabajo».
Al mencionar nombres de «‘chiflantes’» de la moda como Yves Saint Laurent, Dior o Worth lo hace con verdadero entusiasmo, con la pasión que la empujó a buscar un plan B y lanzarse al diseño mientras estudiaba Geografía e Historia y que, a todas luces, nunca perderá. «Creo que a mi ‘yo’ de los comienzos no le diría nada. Es bueno aprender de la experiencia y a mí, los errores que he cometido me han ayudado a ser lo que soy hoy».
En su escritorio: rotuladores, libros de inspiración y, confiesa, «hasta sellos de ‘Star Wars’».
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