El Síndrome de Munchausen por poderes o la fascinación de Hollywood por las madres asesinas

El 4 de junio de 2015, unos agentes del departamento de policía de Condado de Greene, Misuri, forzaron la entrada de la casa de Dee Dee Blanchard tras haber sido alertados por los vecinos, alguien había escrito unos mensajes en su cuenta de Facebook en los que amenazaba con asesinarla y violar a su hija, una niña discapacitada llamada Gipsy. Cuando los policías entraron en el salón se encontraron una escena aterradora: el cuerpo de Dee Dee de cuarenta y ocho años yacía en el suelo cosido a puñaladas, pero no había rastro de la niña. La pequeña Gipsy, con una edad mental de siete años, era una trágica celebridad local por su mala salud: además de un retraso severo, padecía asma, leucemia, problemas cardiacos, apnea del sueño y distrofia muscular; madre e hija eran una unidad indisoluble, pero aquel día el único rastro de Gipsy que había en la casa era su inseparable silla de ruedas.

El secuestro fue la primera hipótesis. ¿Dónde podría ir por sí sola una niña que apenas se podía tener en pie? La respuesta fue casi tan siniestra como la escena del cimen. Al día siguiente la policía encontró a Gipsy, estaba ilesa y no sólo eso: caminaba por si misma. Y no era un milagro. La investigación posterior descubrió que Gipsy y su novio Nicholas Godejohn, a quién había conocido en una especie de Tinder cristiano, habian planificado el asesinato de Dee Dee, aquella madre abnegada que jamás se separaba de su niñita enferma. El problema es que Gipsy no era una niñita, era una mujer adulta de la que su madre había falsificado el certificado de nacimiento y jamás había estado enferma. No había leucemia, Dee Dee afeitaba la cabeza de su hija metódicamente para simularlo, al igual que la había sometido a decenas de tratamientos innecesarios, –desde extirparle las glándulas salivares y piezas dentales sanas a hacerle una vía directa al estómago para alimentarla– que la habían vuelto un ser absolutamente dependiente y totalmente apartado de la sociedad y de un padre que contribuía a su manutención, pero apenas tenía acceso a ella. Dee Dee quería ser el alfa en la vida de su hija y su hija decidió ser el omega de la suya.

Gipsy era complice de asesinato, había planificado cuidadosamente la muerte de Dee Dee y aquella noche había dejado la puerta abierta para que ese novio con el que llevaba meses viviendo una cyberpasión a espaldas de su controladora madre pudiese acceder a la vivienda. Aquella niña artificial cuyas redes sociales estaban repletas de fotos de visitas a Disneylandia y disfraces de princesas Disney, era realmente una mujer adulta con deseos y pasiones y como en su película favorita, Enredados, había decidido que era el momento de que Rapunzel se escapase de la torre. La ley iba a juzgarla severamente, pero la sociedad tenía dudas respecto a su culpabilidad. ¿Quién era el verdadero monstruo en el caso Blanchard? Los motivos que habían llevado a Gipsy a tomarse la justicia por su mano estaban claros, pero ¿y los de Dee Dee?

¿Qué puede provocar que una madre someta a un sufrimiento continuado a su propia hija? El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría lo denomina actualmente "trastorno facticio (que ha sido elaborado artificialmente a partir de elementos verdaderos.)”, pero durante décadas lo hemos conocido como Síndrome de Munchausen. El endocrinólogo británico Richard Ascher llamó así en 1951 al trastorno que provocaba que algunas personas fingiesen enfermedades aunque eso les condujese a tratamientos dolorosos. operaciones quirúrgicas complejas o incluso la muerte, –el nombre es un homenaje al barón alemán Kart Friedrich Hieronymus Von Münchhausen célebre por sus relatos de hazañas increíbles como viajar a La Luna o volar sobre una bala de cañón (en 1988 Terry Gillian llevó su vida al cine en la que supuso una de las primeras apariciones de Uma Thurman)–.

A mediados de los 70,el pediatra británico Roy Meadow, descubrió una variante del síndrome aún más aterradora: los pacientes no se enfermaban a sí mismos, sino que enfermaban a otras personas. Lo llamó Síndrome de Münchhausen por poderes. En este caso el enfermo provocaba dolencias a sus seres queridos, generalmente niños, adultos especialmente vulnerables o incluso animales domésticos. El patrón solía ser el de una mujer, en un 95 por ciento de los casos, blanca y de clase media, y generalmente no se limitaba a uno de los hijos, lo que le llevó a acuñar la Ley de Meadow: "En una familia una muerte infantil repentina es una tragedia, dos es sospechoso y tres es asesinato hasta que se demuestre lo contrario”.

Los estudios de Meadow fueron posteriormente desacreditados por irregularidades y el Síndrome de Munchausen por poderes todavía está siendo analizado con cautela por la comunidad científica, pero Hollywood vive enamorado de él desde hace décadas.

Este año hemos visto a Patricia Arquette ganar el Emmy a mejor actriz de drama por dar vida a Dee Dee en The act; las Blanchard están también tras los personajes de Jessica Lange y Zoey Deutch en The politician, ambas actrices y su creador, Ryan Murphy, se han afanado por desvincular la historia real de sus personajes por miedo a ser tachados de frívolos, pero es difícil no entrever a Gipsy tras los gorros de lana y la voz infantilmente chillona de Deutch. El suceso real fue también protagonista de dos documentalees Mommy dead and dearest y Gypsy’s Revenge estrenado recientemente. El año pasado una de las ficciones más destacadas, Heridas abiertas, incluyó también la patología, esta vez representada por una Patricia Clarkson dispuesta a cumplir la Ley de Meadow con sus tres hijas.

A pesar de su reciente proliferación, el romance de Hollywood con el síndrome no es reciente, hace dos décadas el fantasma de una jovencísima Mischa Barton era uno de los espectros que contactaba con Haley Joel Osmet para revelar al verdad de su muerte en El sexto sentido. Valiéndose de una grabación doméstica mostraba en su propio funeral cómo su abnegada madre envenenaba su sopa noche tras noche. Ultima sospecha 2, uno de esos telefilmes que dan sentido a las tardes del fin de semana, daba en 2006 una vuelta de tuerca más espeluznante: esta vez era una madre adoptiva la que devenía en asesina Munchausen en serie de todos los niños que acogía en su casa.

Las series de televisión han encontrado un filón en esta controvertida dolencia: Mentes criminales, Ley y Orden: UVE, True Detective, Elementary, Expediente X, The bridge, House… la lista de ficciones en las que hemos visto a madres que generan voluntariamente dolencias en sus vástagos es interminable. El cine "de calidad" tampoco le ha hecho ascos, hace en par de años el petulante protagonista de El hilo invisible recibía un curioso tratamiento contra su ego: su pareja le envenenaba con su consentimiento como una manera de afianzar la relación basándose en la codependencia. Su director, Paul Thomas Anderson explicó el origen de la trama a Rolling Stone: "Un día estaba enfermo y mi esposa, –la actriz Maya Rudolph– me estaba cuidando. Y mi imaginación simplemente hizo el resto: “Oh, ella me está mirando con tanto cuidado y ternura … ¿no le convendría mantenerme en este estado?". No sé mucho sobre ese trastorno, Munchausen por poderes, eso es demasiado complicado para que lo pueda manejar. Pero ese momento me dio la idea de que tal cosa podría ser servida con una chispa de picardía y humor".

Esa chispa de humor, la misma que impregna toda la trama de Infinity Jackson en The politician, ha hecho arquear las cejas a los que conocen lo que es vivir al lado de un afectado por el síndrome. La escritora Andrea Dunlop publicó el pasado julio We Came Here to Forget, basada en parte en su propia experiencia: su hermana padecía Munchausen por poderes y provocó que su sobrino pasase la infancia recibiendo tratamientos innecesarios y sometiendose a operaciones de espalda y rodillas.

"Creo que existe un apetito por roles femeninos realmente complejos y oscuros y una necesidad de explorar las relaciones madre-hija", declaró en una entrevista a Vanity Fair en la que reniega de la representación que la cultura pop ha hecho del síndrome. Los enfermos de Munchausen por poderes no esconden la enfermedad de sus hijos como la Adora de Heridas abiertas o pretenden conseguir un fin de semana gratis en Disneyland o una cena cara como la Jessica Lange de The Politician. Lo que buscan es reconocimiento;sentirse indispensables: "la retroalimentación emocional de obtener atención, lástima y adulación por tener un hijo enfermo".Y añade: “Las personas con Munchausen por poderes tienen que convencer a muchas personas realmente inteligentes de que saben de lo que están hablando. Y por eso encontré la Dee Dee de The act, una persona sureña, extraña y extrañamente espeluznante, poco creíble".

Los pacientes de Munchausen por poderes no son freaks, son personas articuladas y estables que pasan años escapando del control del sistema, no se parecen a la teatral Adora con su aire de señora sureña con un bonobús para la ruta Deseo y un cartel de "culpable" colgando de los bajos de uno de sus vestidos de gasa.

Esa es una de las razones que hacen ese tipo de enfermos tan atractivos para la ficción. ¿Qué puede haber más aterrador que una madre perfectamente normal que esconde una asesina en su interior?. Esa mujer que no se despega de la cama de su hijo, saluda al personal médico por su nombre y tiene tiempo para preparar una bandeja de pastas para las visitas. Los cuentos clásicos nos han mostrado a mujeres horribles dispuestas a asesinar niños, esas brujas o madrastras que asedian a Hansel y Gretel, envenenan a Blancanieves o maldicen a La bella durmiente, pero ¿qué pasa cuándo quién envenena el huso mortal no es una bruja malvada, sino la madre amorosa?

El síndrome de Munchausen atenta contra la línea de flotación del concepto de maternidad y no parece casual que el interés de los guionistas por esa perversión del hiperafecto materno prolifere en un momento en el que la crianza se analiza desde todos los prismas posibles y se clasifica a las progenitoras como si fuesen tarifas de telefonía: hay "madres delfín", "madres helicóptero", "madres tigre" o "madres medusa".

Mientras en la ficción de las últimas décadas los hijos surgían casi por ensalmo y como un incoveniente tan molesto como inevitable: Diane Keaton recibiendo en herencia un bebé en Baby, tu vales mucho en los 80; Julia Roberts"heredando" a los hijos de Susan Sarandon en Quédate a mi lado en los 90 o Kate Hudson, adoptando a los tres hijos de su hermana en Mamá a la fuerza en los 00,los niños que nacen al calor de los años 20 son buscados conscientemente a pesar del caos imperante. Ahí está la espeluznante secuencia del parto de Madre! o Emily Blunt y Sandra Bullock pariendo en medio de los monstruos de Un lugar tranquilo y A ciegas. El futuro es hostil y cada vez más voces se alzan para preguntarse por qué seguir trayendo vidas a un mundo con fecha de caducidad, y esa incertidumbre es la que revaloriza la figura de esas mujeres dispuesta a todo por sus hijos porque al fin y al cabo madre no hay más que una, afortunadamente para Gipsy que difícilmente hubiese sobrevivido a más de una Dee Dee Blanchard.

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