Todas las películas de Woody Allen son de época; de su época. Da igual si, como Día de Lluvia en Nueva York, transcurre en la actualidad o si, como la anterior, Wonder Wheel, lo hace en los años 50 en Coney Island. En su cine, Woody Allen no solo maneja un tempo propio, ligero y melancólico como las canciones que abren y cierran sus películas. También muestra un tiempo que solo se mide con su reloj.
Día de Lluvia en Nueva York, la película número cincuenta del cineasta, se ha estrenado en España con un año de retraso. Llega cargada de polémica: en Estados Unidos continúa sin estrenarse tras la negativa de Amazon Studios de distribuirla debido a las acusaciones vertidas por Dylan Farrow sobre el director. La película, sin embargo, ignora esta carga y es una comedia amable y envolvente como una como una tarde de jazz en el Carlyle. Hay que hacer esfuerzos por no escribir que es “una carta de amor a Manhattan”. Otra más.
La acción de la película se sitúa en Nueva York en la actualidad y protagonistas son una pareja de universitarios de clase alta. Sin embargo, ellos y el resto de los personajes de la serie visten de manera atemporal, en un tiempo congelado en el que los veinteañeros llevan americanas de tweed y las veinteañeras minifaldas tableadas. La nostalgia que rezuma la películas (por los hoteles y la música del pasado, por la ciudad del ayer, por otra manera de hacer cine) se traslada a la ropa. No es un vestuario anacrónico, sino fuera del tiempo. Como en toda película o serie bien escrita protagonizada por muy ricos, apenas se habla de ropa. Como ocurre en Succession, quien siempre tiene cashmere en su armario no habla de él.
Vestir a los personajes sin apenas anclajes en la actualidad no es una novedad en Woody Allen. Suzy Benzinger lo sabe bien. Es la diseñadora de vesturario de Día de Lluvia en Nueva York y ha trabajado con Allen desde 1994 en películas como Celebrity, Café Society, Si la Cosa Funciona e Irrational Man o Desmontando a Harry. Ella maneja el vocabulario que Allen quiere, que es uno que solo habla él y nace de haber procesado un siglo de cine y de tener una mirada única. El resultado es sorprendentemente sencillo y, a la vez, meditado. En las películas de Allen abundan los jerseys de cuello a la caja , siempre con aspecto de usados, con camisa debajo, las camisetas blancas y los buenos abrigos.
Benzinger declaró en una entrevista a Entertainment Weekly: “La idea de lo que es contemporáneo para Woody es diferente que para otros. Tuve que convencerle de que la gente lleva vaqueros.”
En Día de Lluvia en Nueva York no hay apenas vaqueros aunque sus protagonistas son miembros de la generación Z y, de vez en cuando, usan móvil. El protagonista, Timothée Chalamet se llama Gatsby Welles y solo por ese nombre deberíamos haber intuido que vive más cerca de la ficción que de la realidad. Es un trasunto del propio Allen con toques de Holden Caulfield; él pasea por Manhattan con la naturalidad de quien salud a los camareros del Carlyle y sabe que The Pierre tiene unas vistas imponentes. Lo hace vestido con una americana marrón de tweed una talla mayor que la suya. Esta prenda construye al personaje junto una manera de andar. Gatsby la lleva todo el fin de semana sobre una camiseta y una camisa y dos pantalones diferentes, unos ocre y otro verde oscuro. Se cubre de la lluvia con un paraguas transparente, como los que usan los japoneses. Pasa gran parte de la acción de la películas (que transcurre durante un fin de semana) vestido así, caminando con las manos en los bolsillos de la americana. La película está llena de clichés conscientes y esta prenda es uno de ellos: se asocia a intelectuales y al propio Allen, que la ha vestido toda su vida.
Las dos mujeres que más tiempo están en pantalla son Elle Fanning (Ashleigh Enricht) y Selena Gómez (Shannon). La primera pasa el 90% de la película con una minifalda tableada y jersey que se intuye de buena lana. La decisión de vestirla con minifalda plisada en Yardley y para un fin de semana en Manhattan encaja con el vestuario no realista que maneja Woody Allen. El resultado en una imagen infantilizada y que sitúa al personaje en cualquier tiempo desde 1960 hasta hoy. Al usar, además, colores pasteles, la piel y el pelo de Fanning parecen aún más claros y el efecto es el de una ninfa que recorre la ciudad con una libreta en la mano. Ella es todas las personas que se han sentido embrujadas por el mundo del cine y sus habitantes y se deja arrastrar por ellos para después darse cuenta de que solo ha sido un sueño. Fanning es todos nosotros. La película le guiña un ojo a Desayuno con Diamantes: la protagonista lleva una gabardina masculina bajo la lluvia y así, como Holli Golighty, se muestra más vulnerable que nunca. En la última secuencia, el director nos recuerda quién es: la hija de un banquero de Arizona al vestirla para pasear por Central Park con una capa y un sombrero. Ahí, Ashleigh se viste de mujer.
Selena Gómez viste con la libertad de ser la hija menor de una familia que vive en una mansión en el Upper West Side y se pasea entre sarcófagos del Met como por el salón de esa mansión. Hasta el propio Gatsby, difícil de sorprender, le llama “chocita”. Ella es la única que usa vaqueros, recurre al trench, prenda atemporal y occidental y se atreve con prendas de colores como una bomber roja y un impermeable púrpura. Calza, como Gatsby, unas deportivas blancas, en el caso de ella de Golden Goose. Este zapato es el calzado universal, un accesorio neutro que apenas hace ruido en la película. Selena Gómez viste también microshorts, de nuevo la decisión menos realista en un día de lluvia en Nueva York. Si Fanning aparece como una chica joven, el personaje de Gómez lo hace casi comouna niña. Ella no se comporta como una heroína tradicional del mundo Allen. Tampoco viste como ellas.
Que el vestuario de esta película proceda de Woodyallenandia no significa que el director esté ajeno al presente. Hay guiños a prendas más contemporáneas como las botas blancas que lleva Rebecca Hall; pero poco más. El cine ya no tiene el poder de impactar en la calle como tenía en épocas de Annie Hall, donde Diane Keaton se convirtió en una puerta abierta a una forma de vestir que era, a la vez, antigua y nueva. Como el propio cine de Allen.
Así es también el vestido que luce Cherry Jones, en la película, la madre de Chalamet y quien tiene una de las escenas más memorables. Ella es el epítome de socialite neoyorquina; tiene el cardado, el porte y el aspecto de una lady-who-lunch pero es una yonqui cultural. Su vestido lo podrían tener en su armario Nan Kempner o Annette de la Renta. Es majestuoso como corresponde a alguien que organiza galas en su propia casa en la que las invitadas visten de largo.
Todo en esta película es una fantasía, desde el nombre de la universidad (¿Yardley?), al hecho de que el protagonista veinteañero gane miles de dólares jugando al póker o que su novia se cruce con tres personajes clave de la industria del cine del momento y los tres se encaprichen con ella. No porque esas cosas no pasen, sino porque en Woody Allen pasan todas juntas siempre y lo hacen como si fueran lo más cotidiano. Llueve pero hay minifaldas sin medias por la calle, el cielo está gris pero los interiores son dorados; esto es responsabilidad de Storaro. Esta película es ciencia ficción y su ropa, más allá de tiempo y del espacio, nos lo recuerda. Larga vida a Woody Allen y a su americana de tweed.
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