Atípico

Cada mañana, a las 7, suena el despertador. Soy de esas cansinas que lo pone en tramos de 15 minutos, porque es incapaz de levantarse a la primera. Dicen que es malísimo, que deberíamos salir de una de la cama, que esos minutitos más de duermevela nos perjudican el resto de la jornada. Pues vale, pues bien. Ca uno es ca uno y tiene sus caunás, y esta es una de las mías. Nadie dijo que fuera perfecta.

Con los ojos medio cerrados voy al despacho y enciendo el ordenador, subo las persianas, abro las ventanas. Me meto en la ducha. Vuelvo al despacho, entro en el sistema y ficho. Si he conseguido levantarme a las 7, entre toda la rutina me habrá dado tiempo a ponerme un café, si no, ya lo haré en la pausa. Miro los correos, abro el planillo de la revista, sigo con lo que estuviera (si la tarea estaba a medias) o comienzo una nueva.

Si no estuviera a cara lavada, con las crocks y los pantalones de yoga (de ese yoga que no he practicado never in my life), estaría haciendo exactamente lo mismo que si hubiera cruzado Madrid en transporte público para llegar a mi puesto.

Bendito teletrabajo que me mantiene segura en casa y me ahorra hora y media de aprensión y estrés por los desplazamientos. Bendito sea, sí, pero algunos días me da la sensación de que estoy en un limbo.

Los fines de semana viene Amante y el limbo entonces es compartido. Estamos como en una torre, rapunzels por voluntad propia, saliendo a dar un paseo al menos una vez para que se nos quite la cara de Netflix, pero solo por eso.

En unos días nos vamos de vacaciones, al norte. Cogeremos el coche para irnos a un sitio distinto (a ver si podemos y a ver si nos dejan, por cierto), y se me va a hacer raro de cojones. Llevo tantos meses aquí en la torre, viendo pasar las estaciones en el descampado que se ve desde la ventana de mi despacho, que no sé si me va a dar un chungo (que es el stendhalazo del proletario) cuando vea campo y árboles y el mar.

Se me hará raro tener que esquivar a desconocidos -después de meses esquivando a mis vecinos en el súper, haciendo colas con paciencia de santo-, y buscar las calas más perdidas y más inaccesibles para no tener que sufrir con las distancias (y la estupidez de algunos).

Nunca me ha gustado el verano, pero ESTE está superando todas mis expectativas.

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