La manicura francesa ha sido, es y será una de las formas más comunes de pintarse las uñas. Se trata de un básico entre los básicos, que no hace otra cosa que perfeccionar la uña y dar apariencia de sobriedad y limpieza, resaltando la parte de arriba de la uña y volviendo de un color rosado o nude el resto. Pocas manicuras se adaptan a todos los looks tanto como ella, y es que una de sus principales características es su neutralidad. Pero, desde hace unos meses, esta manicura se ha separado de su forma más clásica para cambiar el blanco por tonos neones o colores que nada tienen que ver con este neutro. La reinvención de la manicura francesa se hacía tendencia, haciendo de la típica cosa del pasado, pero este giro de 180 grados todavía no había terminado.
Y es que, si hasta el momento la manicura francesa solo había cambiado de color, ahora también cambia de sentido. Ya no se marca la parte de arriba de la uña, esa zona blanca que se hacía más marfil o era la que, en general, tomaba presencia y en la que recaía el peso de la manicura en cuestión. Ahora esta línea se hace surcando la cutícula.
Esta es la única norma, porque, aunque el blanco también es una de las opciones en las que se construye, esta tendencia se imprime en las uñas a todo color, en glitter o creando diseños cargados de personalidad al borde de la uña.
De hecho, la tendencia llega mucho más allá, incluso volviéndose doble o, lo que es lo mismo, haciendo la manicura francesa tradicional y la invertida al mismo tiempo, aportando aún más originalidad.
Se trata de una tendencia fácil de conseguir, ya que consiste en pintar la uña de un color base y apostar por otro tono que cree contraste o resalte sobre el anterior, tratando de dibujar con él un surco lo más perfecto posible. En este caso, a diferencia de la manicura francesa tradicional la cutícula servirá de guía, algo que facilita el trazado, pero para que el resultado sea perfecto es fundamental mantener la uña limpia de cutículas y pielecillas.
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